El racismo de Donald Trump y el racismo de Percy Fernández
Con los últimos ataques del
presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a cuatro congresistas norteamericanas
se abre un episodio más en la larga historia de racismo en ese país. Trump, en vehementes
tuits mandó a las congresistas a que vuelvan a los países de donde vinieron ya
que tanto critican las políticas de su gobierno. Las cuatro tienen una agenda
contraria a las políticas de Trump, reclamando por la reducción del precio de
los medicamentos, por la crisis de los precios de la vivienda, por seguridad
social, por la crisis de los inmigrantes en la frontera con México entre otros
temas.
Sin embargo, hay que saber que tres
de estas congresistas nacieron en Estados Unidos: Alexandria Ocasio-Cortez, de
ascendencia puertorriqueña; Ayanna Presley, afroamericana y Rashida Tlaib, de
ascendencia palestina y que solo una de ellas emigró a Estados Unidos desde
Somalia cuando era niña, Ilhan Omar.
Hay aquí evidentemente una
incongruencia de parte del presidente: ¿a qué país deberían volver si la mayoría
nacieron en Estados Unidos?; esto dio pie a reacciones como que Omar sea
recibida en Minnesota, el estado que representa, por sus votantes al grito de
“¡Bienvenida a casa!”.
Pero entonces, por qué ataca Trump
a estas congresistas, cuáles son sus razones. Existen claramente motivaciones
políticas íntimamente conectadas a razones de discriminación racial. En Estados
Unidos una gran parte de la población entiende la vida en una lógica racista.
Para ellos su identidad nacional se funda en la idea de que su raza, “blanca”,
es superior a las demás; por tanto, su orgullo nacional, que es parte
importante de su autoestima personal, proviene directamente del hecho de ser
“blancos”. A esta mezcla de orgullo nacional y racismo es a la que apela Trump
para galvanizar el patriotismo americano y hacerlo gravitar sobre su
presidencia, alzándose como el adalid del patriotismo y por tanto poder canalizar
todo ese sentimiento en votos a su favor en las próximas elecciones de 2020.
Esta estrategia funcionó en las
elecciones de 2016 y seguramente el partido republicano de Trump espera que
funcione en la siguiente por un detalle fundamental, los que se llaman a si
mismos “blancos” son la mayoría de la población en Estados Unidos, más del 72%
según el censo de 2010.
El racismo como factor determinante
en la política funciona en Estados Unidos, pero y qué pasa en nuestro país. El
racismo, lo sabemos, existe. Basta con fijarnos en las expresiones racistas del
alcalde de Santa Cruz, Percy Fernández, el 16 de julio pasado. Lo vivimos a diario en la calle,
en los medios de comunicación, en la familia, en todos los espacios y momentos
de la vida social. La diferencia en nuestro país es que la mayoría es la que
sufre el racismo, no la que lo ejerce; En Bolivia el racismo emana de una
minoría que se siente “blanca”, que discrimina a aquellos que denominan
“indios”. Ese sentimiento de superioridad va cayendo en cascada a los sectores
subordinados que a su vez discriminaran a otros que se vean más “indios” que ellos.
El factor geográfico tampoco cambia mucho este fenómeno, lo mismo pasa en
occidente que en oriente.
Si bien la “raza” como tal no existe,
la idea de raza sí existe y es creada por el racista para dominar al otro. En
nuestro país el “blanco” inventa al “indio” para señalarlo y discriminarlo,
para ubicarlo en un estrato social inferior; a su vez inventa su ser “blanco”
que lo pone en la cúspide de la pirámide social. Como resultado el “indio” se
siente abatido, desmoralizado, con baja autoestima, su acceso al poder político
y económico está limitado; mientras que el “blanco” se convierte en un ser
cínico, soberbio, poco dado a la reflexión, al trabajo y al estudio,
tradicionalista, conservador, mediocre en todo lo que hace, porque su puesto en
nuestra sociedad no está determinado por su inteligencia y su trabajo sino por
su mera condición de “blanco”.
Si bien en los últimos años vemos
cambios en la representación política, que ha dado paso a que personas que son
vistas como “indias” por la sociedad, ahora ocupen diputaciones y ministerios e
incluso la presidencia; el racismo todavía está presente en nuestra sociedad.
Es un tema que de manera insólita
no se trata políticamente. En esta campaña electoral que parece ya haber
comenzado, muy poco se dice al respecto, los candidatos no lo señalan, no
tienen una respuesta a este problema. Muchos todavía mantienen creencias
conservadoras como el mito del mestizaje. Es posible que vean en el tema más
una ocasión para perder votos que para ganarlos.
No obstante, antes de llegar al
extremo de lo que sucede en Estados Unidos, de usar el racismo como arma,
debiéramos reflexiona sobre él, no ignorarlo; y buscar una salida que destierre
para siempre este trauma que nos impide el desarrollo y la modernidad.
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