CIENCIA Y RELIGIÓN, UN DEBATE POLÍTICO




Cuando se produjo la revolución francesa en 1789 se originaron dos corrientes políticas que se opusieron entonces y que a través de sus sucesores se han venido oponiendo hasta hoy. Estas corrientes podrían calificarse como: lo conservador y lo liberal. Lo liberal podría llamarse lo revolucionario también. Posteriormente apareció el socialismo y el comunismo, con otras ideologías que se originaron de ellas, todas serían sucesoras del bando revolucionario de la Francia de 1789. Mientras tanto también se afirmó el conservadurismo en diferentes partidos políticos, luego paradójicamente llegará a tomar el nombre de liberal o neoliberal. Finalmente podríamos decir que hoy las conocemos comúnmente como la izquierda (lo revolucionario) y la derecha (lo conservador). De esta manera a grandes rasgos podemos entender nuestra realidad política hoy, sin que esto nos impida ver que el hacer estas generalizaciones en realidad no nos deja entender bien cómo funciona la política en nuestra realidad particular en nuestros países.


Estos bandos se erigieron y desde entonces están en plena lucha. Un factor importante de esta lucha, un terreno fundamental por el cual se enfrentaron fue el de la religión. La religión, más precisamente la institucionalidad religiosa, especialmente de la Iglesia Católica en Europa, estuvo aliada al poder y sirvió como mecanismo de dominación ideológica de los más pobres. Los del bando revolucionario inmediatamente captaron la función que cumplía la iglesia en el sistema feudal y por supuesto la atacaron. Por otra parte, los conservadores la defendieron.


En este contexto se da un proceso de desarrollo tecnológico importante en los siglos XVIII y XIX, que hace que las sociedades cambien dramáticamente, el confort y el nivel de vida se elevan gracias a los adelantos tecnológicos, toda la población coincide en señalar que la técnica y la tecnología hace más felices y proporciona un mejor nivel de vida a la humanidad. Pensemos en descubrimientos como la electricidad, las vacunas, inventos como el teléfono o el automóvil.
La política como práctica siempre se ha caracterizado por ganar el sentido común de la gente. En este caso, si el sentido común era que la tecnología mejoraba la humanidad, ese pensamiento fue disputado por las corrientes políticas para hacerse los dueños, los promotores, los generadores de esos nuevos inventos y descubrimientos, para hacerse sinónimo de ciencia y tecnología. De esta manera los del bando revolucionario lograron adueñarse de ese sentido común, a partir de entonces se relacionó ciencia, tecnología y progreso, con un pensamiento revolucionario, un pensamiento de izquierda. Por contraste se etiquetó al otro bando como lo opuesto a la ciencia y qué mejor que encarnarla en la institución que dominaba ideológicamente a las masas, la Iglesia.


De esta manera quedó marcado, incluso hasta hoy de que la izquierda es sinónimo de desarrollo y ciencia, mientras que la derecha es sinónimo de atraso y conservadurismo, fanatismo religioso, ignorancia de las verdades científicas.
Pero como vemos, esto obedece más que nada a una disputa política por el sentido común de la población y no tanto a una realidad. De esta manera se desarrollaron conceptos como la revolución científica o la idea de que la modernidad, la cultura moderna en que vivimos hoy, es tal principalmente por un apego a las verdades científicas y por un alejamiento de nociones o posibilidades de conocimiento y de verdad, desde otros presupuestos como los espirituales o filosóficos o religiosos.


Lo que nos viene a decir Steven Shapin en su artículo “Science and the modern world”, es que en realidad la cultura moderna de hoy no está basada exclusivamente en el pensamiento científico, que por encuestas e investigaciones se sabe que gran parte de la población mundial se adscribe a iglesias, a religiones, a corrientes de pensamiento espiritual, mítico. Que muchos de ellos inclusive duda de algunas verdades científicas. Y yendo más allá establece que incluso muchos científicos, que trabajan en universidades, laboratorios, etc., también confiesan una fe determinada. Lo que demuestra Shapin es precisamente lo que referíamos antes, que la población incluida los mismos científicos no ve a la ciencia, la técnica o la tecnología como algo opuesto al pensamiento religioso o mítico o espiritual, si no que da valor a la ciencia en tanto es un conocimiento útil, práctico, es decir que efectivamente contribuye a solucionar los problemas de la humanidad, como: mejorar el transporte, mejorar la salud, mejorar la producción de alimentos, etc.


En muchos sentidos esta reflexión nos hace pensar en la complejidad del ser humano, que es capaz al mismo tiempo de tener una creencia religiosa y de llevar adelante investigaciones científicas. Cada vez que un historiador explora el pasado y se enfrenta con la historia de la ciencia debe de tener en cuenta esta flexibilidad del pensamiento humano, la rigidez del método científico no necesariamente se refleja en las ideas de una persona.


En este sentido, se ve que la oposición entre ciencia y religión se revela como algo generado políticamente, pero que en realidad en la cultura moderna no funciona de esa manera necesariamente.


A pesar de esta reflexión, es necesario subrayar que al haberse logrado por parte de la izquierda establecer esa dicotomía, por lo menos en el discurso, ciencia vs. Religión, pasa a ser un tema de debate político, es decir el debate existe y debe ser abordado como tal.

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