EL CIERRE DE LA ASAMBLEA, EL SUELDO DE LOS ASAMBLEÍSTAS Y LA SOBERANÍA POPULAR
Hay dos ideas que están rondando por las redes sociales
estos días de pandemia. La primera: que se cierre la Asamblea, porque los asambleístas
no trabajan, no hacen nada; la segunda: que los asambleístas (u otros
funcionarios con sueldos elevados) donen la mitad de su sueldo o varios días de
este, para los gastos que genera la lucha contra la pandemia del coronavirus.
Sobre la idea del cierre de la Asamblea quiero llamar la atención
sobre las posibles distorsiones que pueden resultar de una proposición así. Si
se cierra la Asamblea estaríamos abriendo las puertas a un gobierno dictatorial,
es decir un gobierno en que todo el poder se concentre en el presidente, que
pasaría a ser un dictador. Cuantos empresarios privados y banqueros del Ecuador
no querrían que esta situación se diera, ya tienen controlada la función
ejecutiva, con este paso no quedaría ninguna autoridad política a nivel
nacional que se oponga a las políticas que ese nuevo gobierno dictatorial quisiera
acometer. Pedir simplemente el cierre de la Asamblea Nacional es un paso a
favor de las corporaciones y los bancos, para que logren el control completo
del país.
No estoy defendiendo a los asambleístas por lo que son en sí
mismos, corruptos y aliados a los intereses corporativos, estoy defendiendo la
representación de la ciudadanía en el gobierno. El pueblo debe estar
representado en el gobierno. El Estado se maneja con las funciones ejecutiva, legislativa,
judicial, electoral y de transparencia. De estas únicamente la función
legislativa lleva la representación ciudadana, es decir que todo el pueblo está
representado en los asambleístas, se puede decir que el pueblo gobierna desde
los asambleístas.
Más allá de que esta representación en la realidad muchas
veces quede en la letra muerta, el principio es importante. El principio de que
la soberanía, es decir el poder político, el poder de decisión sobre los
asuntos que nos incumben a todos como pueblo, está en la voluntad del mismo
pueblo y en ninguna otra parte, y por tanto es desde el pueblo que ese poder se
transfiere a los asambleístas y al presidente y otros cargos. Es importante que
siempre recordemos eso, que como pueblo tenemos la soberanía, el poder de decisión
en última instancia.
Pero lo que sucede es que la mayoría de las veces el pueblo
no quiere aceptar esta responsabilidad de gobernar, si se quiere, de asumir el
poder político, más bien intenta buscar una figura paterna (muy ligada a esa
forma de organización de las familias: el patriarcado) que como si fuera el
jefe de la casa, ordene, maneje, disponga y sea un justo juez que vela por el
bien de todos. Esta figura se encarna en el presidente, para muchos el
presidente es el padre. Pero esta imagen romantizada de la política oculta lo
que en la realidad se expresa, el autoritarismo de un gobernante que es un déspota.
Desengañémonos no existe ese padre ideal, no existe ese justo juez, no existe
ese presidente perfecto.
Pero lo grave no es que no exista un presidente perfecto, lo
grave es que el pueblo deposite todas sus esperanzas de un futuro mejor para el
país en un presidente, porque no quiere asumir su responsabilidad. Cuando hablo
de responsabilidad no hablo de trabajar de sol a sol, no robar y pagar sus
impuestos, que también lo debe hacer; me refiero a su responsabilidad política
a su responsabilidad de ocuparse de los asuntos del Estado, por ejemplo: ver cómo
se esta gastando el presupuesto de la nación, ver cómo se manejan los
ministerios, cómo se designan a los funcionarios, cómo se fiscaliza los actos
de los funcionarios, cómo se administra justicia, etc… todo lo que tiene que
ver con el manejo de lo público a nivel nacional, provincial o municipal. El
ciudadano debería estar pendiente de todo esto, es decir a través de su
opinión, bien informada, debería incidir en el gobierno, participar de él.
No sé si la mejor forma de que la ciudadanía participe del
gobierno es con asambleístas elegidos por voto, como los tenemos hoy. En el
mundo de las comunidades aymaras y quechuas de Bolivia y de otros lugares de
los Andes, las funciones de dirigencia política son elegidas por turnos, lo que
implica que todos los componentes de la comunidad deben de cumplir funciones
políticas en algún momento de su vida, tal vez esta sea una alternativa, si no
la es habría que buscar otras; pero lo importante es que la ciudadanía no se
restrinja ella misma, ni que la alejen, de su participación en el gobierno. Es
fundamental que esa noción de soberanía en la voluntad del pueblo y por tanto
la responsabilidad de gobernar, no se borre de la mente de cada persona.
La idea de la soberanía del pueblo, el pueblo depositario
del poder del Estado tiene que ver con la segunda propuesta que anda circulando
en redes sociales y que quiero comentar. La idea de que debamos pedir a los
asambleístas y a otros funcionarios de puestos altos de la administración que
donen todo o parte de su sueldo para los gastos de la crisis del coronavirus.
Si nosotros somos el Estado, si nosotros participamos del gobierno también,
entonces resulta absurdo que pidamos, como quien pide una dádiva, que los
funcionarios den graciosamente su sueldo. Lo pertinente sería que, asumiendo la
soberanía del Estado, el pueblo a través de una acción popular presione a las
autoridades respectivas para que se determine una rebaja de salarios para los
fines pertinentes; no que se pida una donación, sino una acción de Estado que
asigne los recursos del propio Estado para los fines que considere necesarios
en el momento.
Es necesario que siempre recordemos el primer artículo de la
Constitución, casi en todos los países dice algo parecido: “La soberanía radica
en el pueblo, cuya voluntad es el fundamento de la autoridad”.
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