LA ILUSTRACIÓN AMERICANA, BASES IDEOLÓGICAS PARA LA INDEPENDENCIA Y LA DOMINACIÓN.
La discusión
en los periódicos mexicanos del siglo XVIII, se caracterizó por: “[…] la
obsesiva preocupación por evaluar la capacidad de los extranjeros para entender
las realidades locales” (Cañizares, 2007, 452). El hecho de que los criollos
americanos hayan trabajado la investigación científica en el siglo XVIII, como
una forma de diferenciarse de lo europeo, es una de las características más
importantes que señalan hoy los historiadores de la ciencia acerca de la
ilustración y la revolución científica en la América colonial.
El proceso de
independencia de los países americanos requería la creación de un imaginario
que uniera a la población y le diera una identidad nacional diferente a la
española. En este sentido la ilustración y la preocupación por la investigación
científica tuvo esa connotación como forjadora de la nación en los países
americanos. Los investigadores, llamados naturalistas en su época, estuvieron,
en muchos casos, involucrados en los movimientos políticos de independencia,
Cañizares refiere el caso de Francisco José de Caldas, naturalista de Nueva
Granada que se “unió a las fuerzas patriotas como ideólogo y como ingeniero
militar” (2006, 113).
La
ilustración ha sido vista en Europa como “una crítica secular y liberal de los
cimientos religiosos y políticos del antiguo régimen” (Cañizares, 2007, 447),
pero esto no es necesariamente lo que pasó en América, donde la ilustración fue
utilizada políticamente para, no sólo o no necesariamente sólo derrocar las
monarquías, sino principalmente lograr la independencia de los imperios español
y portugués. En este proceso se construyó la idea de la diferencia entre el
americano (español americano o criollo) con respecto al español peninsular. Por
tanto, como señala Cañizares se buscó sistemáticamente impugnar las
credenciales de los investigadores y exploradores europeos para conocer nada de
lo referente a América, por el hecho de no ser americanos y por tanto non
conocer esta realidad, así como de poner en duda las investigaciones y teorías
científicas que se publicaban en Europa.
Esta mirada
política de la revolución científica permite visibilizar el trabajo de los
naturalistas americanos que había pasado desapercibido o distorsionado por una
visión eurocéntrica de la historia de la ciencia. El conocimiento científico no
fue simplemente difundido desde Europa; como dice Outram (2004, 565), la ilustración
del siglo XVIII no se puede entender sin los contactos interculturales que son
“un factor vital”, esto nos lleva a “abandonar la visión de Europa como el
centro del mundo”. Cañizares (2006, 113) dice citando a Pablo Vila “la
geobotánica nació del encuentro de dos sabios” refiriéndose a el naturalista
prusiano Humboldt y al neogranadino Francisco José de Caldas.
Desde el
momento en que los investigadores americanos, criollos, se interesan por la
ciencia sin perder de vista la necesidad política de la independencia,
comienzan a surgir ideas que de inicio relacionadas a la economía van a pasar a
formar parte de la identidad cultural nacional de las naciones que se formarán.
Estas ideas
están relacionadas con la diversidad de pisos ecológicos que se encuentran en
los Andes, que pueden incluir desde la costa, de clima tropical; hasta las
montañas con diversidad de climas más templados de acuerdo a la altura; los
valles y finalmente la amazonia; cada una con una flora y fauna propia. A esta
variedad también se la llamo el microcosmos, la reunión de muchos ecosistemas y
climas a relativamente poca distancia el uno del otro. Dice Cañizares: los
intelectuales americanos estaban “obsesionados con la descripción de las ricas
variaciones ecológicas locales” y habían estado “desarrollando estas ideas por
décadas (sino por años)” antes de la llegada de los exploradores europeos a
fines del siglo XVIII (2006, 116).
La idea del
microcosmos incluía, para los naturalistas americanos, considerar a los andes
como el “jardín del Edén bíblico”, “una región providencialmente diseñada,
dotada, al parecer con todos los climas del mundo y por tanto potencialmente
capaz de producir cualquier producto natural” (Cañizares, 2006, 116). Este
potencial económico fue a partir de entonces un paradigma de las naciones
americanas, se convirtió en parte de su “capital cultural” porque se convertían
de pronto en países “centrales para el mundo” (Cañizares, 2006, 127).
Pero, los historiadores
de la ciencia, no solo aportan datos para entender las agendas criollas en la
ilustración como un trabajo de diferenciación de lo europeo, sino que nos
permiten ver que estos intelectuales criollos también se interesaron por
aprovechar sus investigaciones para diferenciar a los criollos americanos de
los otros dos estamentos de la sociedad colonial: los mestizos y los indígenas.
La población de América
era considerada por los letrados criollos como pobre y sin ninguna
característica cultural notable, ni su lengua, ni sus costumbres, ni sus
conocimientos agrícolas, ni sus conocimientos farmacológicos, nada de ello era
considerado relevante, por lo menos para el siglo XVIII, tal vez en el pasado
precolonial, las civilizaciones indígenas tuvieron relevancia, pero el tiempo
de la ilustración carecían de toda virtud: Alzate “afirmó que el comportamiento
de los plebeyos amerindios contemporáneos, ‘la ínfima plebe’, no debía ser
usada para juzgar los logros de las élites gobernantes de los antiguos
mesoamericanos”, de esta manera Alzate “distinguió claramente entre las
gloriosas sociedades estratificadas amerindias del pasado y las lamentables y
míseras comunidades del presente” (Cañizares, 2007, 473-473).
Para las ideas ilustradas
un buen gobierno había de basarse en el control de la población y por tanto en
asegurar su bienestar, lo que supone dotar de una buena alimentación a esta
población. El atrasado nivel socioeconómico de las colonias hizo que estos
científicos americanos se preguntaran si el problema de esta falta de
desarrollo era la baja población o la falta de una alimentación adecuada.
Respondiendo a esta cuestión en Nueva Granada se publicó un trabajo que
indicaba que “El problema de las Indias no era la baja población sino el bajo
empleo” en el sentido de que “no se puede decir que un reino está bien poblado
si los habitantes no trabajan ni se dedican a labores útiles”, indicando que la
población americana no hacía nada productivo.
De esta manera los
intelectuales ilustrados americanos marcaban diferencias importantes: frente a
los europeos y frente a la “poco productiva” población nativa a la que
catalogaban de “pobre y atrasada” (Earle, 2018, 656).
La importancia de este
acto de catalogar a las poblaciones está en que así se daban las bases para el
dominio ideológico de una población sobre otra, en este caso de la de origen
europeo sobre la indígena. Esta dominación ideológica se convierte
inmediatamente en dominación práctica, que mantiene el estatus que se generó en
el primer momento de la conquista y continuaría con las nuevas repúblicas, como
dice Outram: “La manera en que los europeos evaluaban las poblaciones indígenas
en su primer encuentro era a menudo también la manera en que se iba a
justificar la toma de posesión se sus territorios” (2004, 559).
BIBLIOGRAFÍA
·
Cañizares-Esguerra,
Jorge. 2006 “How Derivative was Humboldt? microcosmic Narratives in Early
Modern Spanish America and the (Other) Origins of Humboldt’s Ecological
Sensibilities”. Nature, Empire, and
Nation: Explorations in the History of Science in the Iberian World.
Stanford: Stanford University Press.
·
Cañizares-Esguerra,
Jorge. 2007. “¿La Ilustración según quién?” Cómo
escribir la historia del Nuevo Mundo: historiografías, epistemologías e
identidades en el mundo del Atlántico del siglo XVIII. México: Fondo de
Cultura Económica.
·
Earle, Rebecca.
2018. “Potatoes and the Hispanic Enlightenment”. The Americas 75:4.
·
Outram, Dorinda. 2004. “Cross-cultural Encounters in the Enlightenment”. The
Enlightenment World, eds. Martin Fitzpatrick et al.. London: Routledge.
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