¿MIEDO AL CORONAVIRUS? Y LUEGO QUÉ ¿SEGUIMOS EN LA NORMALIDAD O NOS ATREVEMOS A ALGO EXCEPCIONAL?





La gente está enfrentando esta pandemia del coronavirus, haciéndose la imagen de que la ciencia es capaz de detenerla antes de que les afecte de manera más cercana, a un familiar o a sí mismos. Es decir, hay una gran confianza puesta en que las medidas sanitarias de aislamiento, los tratamientos en unidades de terapia intensiva en los hospitales lleguen a detener la enfermedad, incluso se espera la posibilidad de que se invente una cura o una vacuna. Sin embargo, los datos de la pandemia indican que lo que la ciencia médica puede hacer ahora es solamente detener la progresión de los contagios de manera que no se den tan seguido si no que se den de manera más espaciada, es decir en este momento no hay ninguna pretensión desde la ciencia de que se pueda controlar o extinguir la enfermedad. Es probable que los contagios hayan disminuido por el aislamiento, pero nada permite asegurar que una vez que se vuelva a la normalidad y se deje el aislamiento, los contagios no vuelvan a producirse.

Como vemos hay una sobrestimación de lo que puede hacer la medicina hoy con respecto al coronavirus. Esta excesiva confianza en la medicina tiene su origen en el miedo a la muerte, pero también en un largo periodo en que el mundo no ha conocido enfermedades tan letales como esta; existen otras enfermedades infecciosas con mayor tasa de mortalidad pero, no son tan preocupantes porque la forma de contagio no es tan directa o inmediata o porque depende de la presencia de determinados vectores, como los mosquitos, que las hacen restringirse a ciertas zonas geográficas con cierto clima. En este tiempo se glorificó o se sacralizó a la ciencia médica, se sobrestimó sus avances en varios campos, en la cultura popular, en los medios de comunicación, en el arte, se representó a la medicina como capaz de resolver todos los misterios de la naturaleza, de neutralizar todas las amenazas, incluso de mejorar al ser humano con la ingeniería genética. Se popularizaron películas en que las amenazas de epidemias precisamente, eran controladas por la ciencia.

Lamentablemente la realidad hoy indica que nuestra capacidad de respuesta desde la ciencia es muy limitada y que depende de muchos factores, lo que hace que la eficacia de las medidas sea muy variable.

Parece que gran parte de la población que se aferra a esta salvación por medio de la ciencia, al ver que las cifras frías del aumento de casos contradicen esa esperanza, se detiene en una sensación de miedo y angustia que le paraliza y le impide tomar nuevas medidas o por lo menos imaginarlas; le impide ser creativo, pensar fuera del marco de sentido común o de lógica en que ha vivido y se ha desarrollado socialmente.

Esta desesperación, el miedo, ha demostrado ser fuente de muchos males mayores en nuestras sociedades. Se recurre con mucha facilidad a la violencia desde el Estado o incluso fuera de él para controlar la enfermedad; se han visto palizas, humillaciones públicas y vejaciones de todo tipo a las personas que no acatan la cuarentena; por las redes sociales hay un odio indisimulado hacia los que no acatan la cuarentena. Todo esto acompañado de un discurso que personaliza en los policías y militares toda la esperanza de salir de la pandemia, se los denomina héroes. Se ha comenzado a construir en la sociedad a unos héroes que se aplaude, a los que se les perdona todas las faltas, a los que se les da poderes por sobre todos, en esto se incluye a los médicos y personal de salud, en algunos casos, autoridades de gobierno también entran a este panteón. Todo esto tiende a deshumanizar a la población, porque por un lado aquellos son héroes (no personas comunes) y por otro el resto de la población son personas comunes, pero no personas libres sino personas que han de someterse a esos héroes para salvar la vida, sin importar su libertad y su dignidad, ya que se está salvando la vida, que es el valor supremo.

Vemos entonces que esta angustia social ocasionada por esta confianza exagerada y desacertada en la ciencia que no responde, deshumaniza la sociedad. Este proceso se completa con la creación de un valor supremo que debe defenderse ante todo lo demás, que es la “vida”.

En nombre de la defensa de la vida se producen distorsiones como la que ya mencionamos, de aceptar un gobierno autoritario que no respeta los derechos y la dignidad de las personas. Pero también se presta para inhibirse de hacer crítica social o crítica política, es decir de reflexionar sobre el Estado, sobre la nación, sobre las políticas de gobierno, sobre el sistema económico y encontrar respuestas o señalar posibles cambios. Todo eso se ha paralizado. Es cierto por otra parte, que la crítica política no era desde antes de la pandemia una actividad muy presente en la sociedad.

La pandemia trae ante nuestros ojos ejemplos inmediatos que aclaran el modo de vida que tenemos, el sistema de vida que tenemos como sociedad. Los mares se han limpiado, los aires se han limpiado por el descenso en la actividad humana en general y de las industrias. Esto nos revela de manera rotunda los cambios en el medio ambiente que el ser humano causa con su actividad y nos interpela para encontrar nuevas formas de producción y de vida en general que no contamine y que mantenga de una mejor manera el medio ambiente.

De esa misma manera la crisis desvela en pocos días las diferencias sociales y económicas en que vivimos. La gente de escasos recursos, que vive vendiendo cosas en las calles, que tiene una pequeña tienda, que tiene un negocio propio como una peluquería, la gente que vive al día de lo que consigue, no tiene la capacidad de hacer un aislamiento prolongado. Este grupo social puede ser en los países latinoamericanos el 60% de la población sino el 70% o 75%, es decir es una gran mayoría de la población. En medio de la crisis, las políticas sanitarias de los gobiernos les pide a esta gente que se aísle y no trabaje por 15 o 30 días, sino más (todavía no lo sabemos). Es en esta circunstancia que surge el cuestionamiento de fondo a este supremo valor de “la vida” del cual hablábamos.

Esos días de aislamiento para muchas familias significa perder lo poco que se ha ahorrado, sino literalmente mendigar alimento. Qué vale más en esta circunstancia, arriesgarse a seguir trabajando y tal vez enfermarse o perder lo acumulado. ¿Es cierto que el valor supremo es la vida? Seguramente la respuesta a esa pregunta como se ha podido ver en barrios populares de las ciudades es que no del todo, que si bien el valor supremo es la vida, también las posibilidades económicas son importantes, ¿de qué sirve vivir si no tengo posibilidades de darme una vida digna? No quiero morir, no soy un suicida, pero creo que puedo arriesgarme para mantener la esperanza de alcanzar una vida mejor para mi familia.

Lo que vemos aquí es cómo la situación económica de inequidad, de diferencia abismal entre lo que la mayoría de la población puede tener en lo material para asegura su supervivencia, que es muy poco, y lo que la minoría puede tener acumulado que es mucho, es una situación real que se demuestra en momentos en que la gente debe decidir entre la vida y la muerte. Estos momentos de decisión son diarios, cotidianos, pero sólo se presentan en toda se crudeza en momentos excepcionales como esta pandemia. Cuántos no se levantan cada mañana pidiendo a Dios no enfermarse de cualquier cosa, porque de ser así no tendrán los medios para curarse y no podrán trabajar y por tanto no podrá dar a su familia el sustento.

El Estado toma medidas, pero pronto se revelan todas las falencias y limitaciones del sistema de salud. Desde los trajes protectores para que el personal de salud no se contagie, hasta los respiradores que dan esperanza de vida a los más afectados, todo falta, todo es insuficiente. Deberíamos de preguntarnos cómo es posible esta situación, por qué no se dio más presupuesto a salud, no solo en los gobiernos actuales sino en todos los anteriores. Pero tal vez más importante, cómo dejamos nosotros mismos que esto pasara, por qué no nos preocupamos de esto. El pueblo sabe exigir sus derechos a los gobernantes, lo demuestra en muchos momentos, pero tal vez se ha quedado en la exigencia del mejor salario, en contra de los impuestos, en contra de la subida de los combustibles, todo lo que afecta a la economía de la gente, su capacidad de consumo. Pero hasta ahora nunca reclamamos en las calles por un mejor sistema de salud o por una mejor educación, tal vez este sea un punto de quiebre en que en el futuro se incorpore a la lucha popular la exigencia de un mejor sistema público de salud y de una mejor educación pública.

Ahora las empresas privadas empiezan a echar a sus trabajadores, confirmándose lo que siempre supimos, la empresa privada de por sí no es la respuesta a la falta de empleo, la empresa privada no es, ni podrá ser el sustento de la economía de un país, requerimos del Estado. Pero no este Estado, que está al servicio de los poderosos banqueros, comerciantes y empresarios. Un nueva Estado, en el que se gobierne para la gente.

En este estado de cosas: ¿es pertinente tener miedo a la pandemia?, ¿es apropiado paralizarnos en nuestras casas y cruzarnos de brazos esperando que todo pase? No, por supuesto. Es necesario cuestionar ya no sólo las políticas gubernamentales, que hay que hacerlo, sino cuestionar el sistema mismo económico y social en que vivimos. A qué le damos más prioridad como sociedad, como cuerpo político, qué debemos cambiar. Alejar el miedo, enfrentar las cosas sin falsas esperanzas, pero cuidándonos unos a otros que, aunque las posibilidades de morir por una enfermedad sean altas, que a esa persona y a su familia se le pueda asegurar un trato digno, que se vea que el Estado no escatima esfuerzos para curar a alguien. Necesitamos un Estado que no te obligue a elegir entre tu vida y tu capacidad de mejorar económicamente.

Es el momento de una nueva forma de ver la vida, no somos el centro del mundo, toda nuestra ciencia y tecnología por mucho que avance es probable que no nos salve. Este planeta con mucha seguridad va a seguir aquí mucho tiempo más después de que nos hayamos extinguido como especie. Después de nosotros, plantas y animales nos sobrevivirán y se generaran nuevas especies, el mundo se reciclará. Como humanidad somos muy frágiles y nuestra existencia es tal vez más efímera de lo que nunca pensamos. Pero esto no tiene porque ser un pensamiento negativo, debe ser una toma de conciencia de lo que somos y de nuestro lugar en este ecosistema.

Debemos de encarar esta frágil vida con seriedad y tratar de vivirla de la mejor manera posible en base a la colaboración, a las generosidad, a la entrega, a la responsabilidad y al cuidado por el otro, a no aprovecharnos uno del otro, a no sacar provecho del trabajo del otro, para acumular fortunas inútiles, que en situaciones como esta deben de llenar de vergüenza a los que las tienen, que ven morir gente porque les faltan los recursos que ellos han acumulado sin necesidad, sin propósito.

No debemos cruzarnos de brazos y encerrarnos en nuestras casas hasta que todo pase, esto no es una “horrible pesadilla”, esto es la realidad y debemos de pensar más que antes, ser creativos, imaginar nuevas posibilidades nunca antes vistas, desenmascarar a los que quieren que todo siga igual, a los que ya se desesperan por volver a la “normalidad” porque ellos estaban satisfechos en ese orden. Requerimos un nuevo orden de cosas, una nueva estructura política, una nueva manera de organizarnos como sociedad. Requerimos discusiones, debates, necesitamos que las ideas se compartan, que se manifiesten, que se recreen constantemente, necesitamos algo nuevo.

Después de grandes catástrofes siempre llegan cambios en los social y político, depende de nosotros qué rumbo tomaran esos cambios si para mejorar nuestra situación o más bien para endurecerla.

Javier Saravia T.

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