ÁBREME LA PUERTA: MIRANDO ENTRE LOS INTERVALOS DE UN RELATO AUTOBIOGRÁFICO




Cuando me acuerdo de Camiri, me viene a la mente el sol, el calor, la arena de las calles, claro ahora me doy cuenta, cómo no va a haber arena en las calles si estábamos en el Chaco. “Mi patria tiene montañas, no mar”[1], y sin embargo yo conocía la arena como la arena de las playas antes de conocer el mar, tal vez el Chaco sea una playa gigantesca entre el Pilcomayo y el Paraguay[2]. Y en esa arena andaba en chanclas y sin medias. Me acuerdo que quedaban unos amasijos de sudor con tierra, unas mugrecitas negras entre mis dedos, que me deleitaba en sacar al final del día, en esas calles de arena que ahora me parecen irreales viendo las calles de asfalto por las que camino hoy.

Cuando me acuerdo de Camiri hay un sol colgado de lo más alto y un calor cansado. Hay árboles, hay abejas y hay casas y un callejón de tierra, como todo en Camiri. Y al final de ese callejón la casa de mi amigo Rodo. Un día volviendo de jugar, mi amigo, parado al frente de la puerta de calle gritó cantando, más que para que lo oyera su madre, para que lo oigamos nosotros “¡Ábreme la puerta a ver Benita!”. Nos reímos, porque cuando eres niño te gustan estas pequeñas irreverencias, son signo de lo anormal, de poner al mundo de cabeza y las cosas de cabeza son tan chistosas. Luego, ya que nos vio reír, con su mirada maliciosa, siguió para darle el toque final al chiste “A qué has venido, quién te ha llamado a ver Benita”.

Nos alejamos con mi hermano yendo a nuestra casa y yo iba pensando qué tipo genial que era mi amigo Rodo, cómo se le ocurrió cantar esa canción y cambiarle la letra para referirse a su mamá. Creo que hasta me dio lástima que mi madre no se llame Benita para poder hacer yo el mismo chiste.
Los recuerdos de esas tardes de Camiri son tan melancólicos que a veces estoy tentado de decir que es mi melancolía por mi pasado infantil lo que tiñe de melancolía mi relato, pero no, me corrijo, de verdad eran melancólicas esas tardes o al menos eso pienso.

Cómo empezar a analizar el relato de mi propia vida, de mi propia historia. Portelli habla de que la historia oral nos abre caminos hacia los mitos fundacionales, pero no como “’leyenda’ anónima en una ‘tradición’ impersonal colocada en el altar de una ‘memoria colectiva’ sin cara” (1997, 4) sino como el mito fundacional de una persona, la narración de vida de un individuo puede configurar un mito fundacional de una colectividad.

Tal vez deba hacerlo con imágenes. Para Walter Benjamin como comenta Didi-Huberman, las imágenes son el “fenómeno originario de cada ‘presentación de la historia’” (2011, 168). Estas imágenes entendidas como la representación y presentación, de hechos que quedan como eran y que a la vez cambian, en una perenne contradicción ontológica.

En mi relato hay muchas imágenes, el sol, la arena, la mugre, mi amigo Rodo riendo maliciosamente, una canción, un chiste y yo mismo. Pero en realidad de todas estas imágenes cuál es la “línea de fractura” que dice Didi-Huberman (2011, 166), cuál de estas imágenes me permite ver entre las palabras del relato lo que hay más adentro.

En qué momento se pueden hacer “visibles las supervivencias, los anacronismos, los encuentros de temporalidades contradictorias que afectan a cada objeto, cada acontecimiento, cada persona, cada gesto” (Didi-HUberman, s.f., 5).

Tal vez el camino más seguro sea por el chiste y la canción, y más específicamente por la imagen de la mirada maliciosa de mi amigo Rodo. En esa época, Savia Andina[3] había sacado una canción que se hizo muy popular, nosotros la oíamos en la radio, se llamaba “Verbenita”[4], era un kaluyo[5], que decía:

Ábreme la puerta Verbenita, que no soy ladrón.
Por la llave vengo Verbenita, de tu corazón.
A qué has venido, quién te ha llamado Verbenita.
Cuando mil veces te dije que no, que no,
contigo ya no, con otras sí, con vos no.

Mi amigo Rodo la cambiaba y decía “a ver Benita” refiriéndose a su madre.

Ahora hay que tratar de cepillar este relato a “contrapelo”, como dice Benjamin. Podría tomar esta imagen de mi amigo Rodo haciendo una gracia, desde la explicación de la normalidad, desde lo que se ha instalado en la sociedad como lo normal o por el contrario, como dice Benjamin puedo distanciarme de ese tipo de explicaciones. Los llamados “bienes culturales […] han de contar en el materialista histórico con un observador ya distanciado” (2008, 309). Esas explicaciones basadas en lo que la sociedad ha aceptado como cultura, siempre van a “empatizar” con el vencedor, es decir no haría más que repetir lo que comúnmente se dice y tal vez lo que los lectores esperan que diga.

Me pregunto ¿cómo así, unos niños que vivían en el oriente, cambas[6], podían cantar y hacer chiste con una canción colla[7]? Esta pregunta es un anacronismo. En esa época yo no me cuestionaba si la canción era colla o camba, solo la escuchaba y la disfrutaba. Es desde mi situación del presente que me cuestiono esa situación. Ahora en Bolivia las diferencias regionales que también pueden leerse como raciales, se han profundizado y los del altiplano entran en conflicto con los del oriente. Mi relato me tiene que decir algo sobre la situación actual de Bolivia. Tengo que descifrar las profecías como dice Warburg, citado por Didi-Huberman: “No hay tarea más importante para la historia del arte que descifrar las profecías” (2011, 145).

Evoco el sol y la arena y sin embargo hoy escribo esto en una ciudad de clima frío y al borde de una calle de asfalto. Contarme estos recuerdos me hace consciente del paso del tiempo, de que hoy ya no soy un niño, de la distancia enorme que media entre esos días y estos días. Pero lo más inquietante tal vez, es la distancia enorme que hay entre esa persona de siete años y el que escribe esto a los 46. Como dice Ricoeur “el tiempo se hace tiempo humano en cuanto se articula de modo narrativo” (2004, 39).

Pero, ¿dónde está la línea de fractura que dice Didi-Huberman (2011), que hace que el orden de las historias se destruya y entremos en una dialéctica y en contradicción? Cepillando a contrapelo me he encontrado con el problema de la discriminación entre collas y cambas, si sigo por aquí ¿hasta dónde puedo llegar? Tal vez oculto cosas cuando digo que en esa época no nos importaba que una canción fuera colla o camba. Tal vez hay algo más debajo de esa afirmación.

Los collas y los cambas, como si fueran reencarnados Caines y Abeles, Montescos y Capuletos. Porque en realidad ese odio sí que lo conocía ya a los siete, tal vez desde antes. Tal vez en mi faceta de narrador considero que algunas experiencias personales “son demasiado íntimas para ser reveladas” (Portelli, 1985, 4) y no las digo. Sin embargo, estas experiencias pueden ser “históricamente relevantes”. “El corazón de la historia oral yace exactamente en este punto, donde la historia irrumpe en las vidas privadas” (Portelli, 1985, 4).

Porque yo conocía ese rencor en mi propia casa, en mis padres. Mi padre era colla, mi madre camba. Su relación, aunque amable y amorosa, develaba cierta fricción se sentía entre ellos alrededor del tema regional. Para mí, para mi hermano, el marco de referencia por el que decidíamos qué hacer y cómo hacerlo, o tal vez más importante el marco sobre el cual dibujábamos qué éramos o quiénes éramos, tenía un eje que iba desde lo colla a lo camba, y en esa línea nos debíamos situar.

Me definí camba, porque había nacido en Santa Cruz, a mi hermano lo definí colla porque había nacido en La Paz. En el fútbol yo apoyaba a Brasil, espejo de los cruceños; y mi hermano a Argentina. Las aguas se partieron desde entonces.

Si los relatos de la memoria son un mensaje como dice Portelli (2018); qué quiero contar a la gente con la anécdota de mi amigo Rodo y qué me quiero contar yo a mí mismo.

Esta es la historia de una herida, del comienzo de una herida. No creo que mi familia se haya desarmado de manera especialmente dolorosa comparada con otras. Todas las familias tienen sus problemas. Pero mis padres se terminaron divorciando y los hermanos nos terminamos yendo tres de los cuatro a países lejanos. Hoy, mi padre vive en La Paz y mi madre en Santa Cruz. ¿Qué lugar ocupa en la cola de las razones de nuestra separación familiar este odio regional/racial?

Los odios, los rencores, quién sabe y vienen de lejos, de cuando los guaranís se enfrentaban con los quechuas, o de cuando Andrés Ibáñez[8] pidió el federalismo en el siglo XIX, o cuando los ucureños mataron a los jóvenes del Comité Cívico Pro Santa Cruz en el 58[9]. ¿De dónde vienen las heridas? La mía no es mía propiamente, la de mis padres no es original de ellos tampoco, son parte de la herida nacional. Como dice Ranciere, el principio de la biografía es “hacer ver lo general en lo particular, el siglo en el instante, el mundo en una habitación” (2011, 260). Yo podría agregar: la realidad boliviana de odios regionales y raciales en una familia.

Yo sabía que había canciones collas y canciones cambas, pero mi amigo Rodo con un giro de humor pudo mezclar y confundirlo todo con el humor. ¿Qué ha hecho que ese recuerdo viva y que otras cosas las haya olvidado? Para mi que el humor es el quiebre, las luciérnagas: “señales humanas de la inocencia” que dice Didi-Huberman (2012, 18), el relámpago que dice Benjamin citado por Didi-Huberman “La imagen auténtica del pasado no aparece más que en un relampagueo” (2011, 169). El humor me ha hecho recordar siempre que a pesar de que mi mundo ya estaba dividido entre lo colla y lo camba, y a pesar de que me definía camba y me pensaba un soldado militante contra lo colla, la vida puede ser más que eso, la vida puede ser mi amigo Rodo, collita, haciéndome reír, haciéndome admirar su ingenio, su viveza. La vida puede ser buscar la manera de entendernos entre todos y superar viejos rencores.

Desde el presente de una tarde quiteña he vuelto a un pasado largamente recordado en la superficie, pero también olvidado en el fondo. ¿Cuánto de lo que dije fue mi memoria?, ¿cuánto fue la memoria de otro?, ¿cuánto fue documentación?, ¿lo dije todo?, ¿todavía me guardé algo? Es difícil de saber. Este es un mensaje escrito con la menor deshonestidad de que puede ser capaz cualquier persona.

BIBLIOGRAFÍA





[1] Verso del poema “Cantar” de Oscar Cerruto.
[2] Ríos de Chaco afluentes de la cuenca del Plata.
[3] Grupo de música folklórica de Potosí, Bolivia.
[5] Género musical romántico derivado del huayño.
[6] Habitante y cosa perteneciente al oriente de Bolivia, de los departamentos de Pando, Beni y Santa Cruz.
[7] Habitante y cosa perteneciente a los habitantes del occidente de Bolivia.
[8] Político, líder de la Revolución Federal de Santa Cruz, 1877.
[9] Represión desde el gobierno de la Revolución Nacional hacía Santa Cruz en 1958, con motivo de un alzamiento de la Falange Socialista Boliviana. La represión estuvo protagonizada por milicias campesinas de Ucureña, Cochabamba.

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